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CONFESIONES DE UN ROSTRO DETRÁS UNA MÁSCARA

Yo cambio el corazón. Mi juego es con la luz.
Con las tinieblas. Yo soy dos.
—Bakura


YO SOY GREGORIO SAMSA


El Club Chufa es un movimiento literario, no un grupo de personas concretas. Es una idea sutil acerca del arte y no una filosofía de vida. No es una secta ni un grupo de fanáticos religiosos. No se trata de una moral, sino de un conjunto de obras literarias que comparten un sentido estético específico, y que se da en un medio moral (curiosamente). Sus ideas no le pertenecen a nadie. Son, más que nada, una realidad, una señal macabra de nuestra era, del Kaliyuga para los hinduistas.

Gregorio Samsa, protagonista del famoso relato La metamorfosis de Franz Kafka, termina convirtiéndose en un insecto misterioso en su habitación... si se advierte bien, podemos darnos cuenta que su transformación es un símbolo que expone su condición degradada como una extensión del sistema moral en decadencia. Su cuerpo es El Cuerpo. Su existencia ha devenido en el mismo sistema. El Club Chufa no es parte del sistema. Es, misteriosamente, el sistema.


LA VIOLENCIA INHERENTE AL LENGUAJE

Las ideas del Club Chufa (que por cierto es su nombre: “Club” no designa asociación o cofradía, simplemente es un nombre, como Juan o Pedro), son relativas a la estética. No es posible hacer moral con ellas. Lo que si es posible, y se hace en nuestras creaciones literarias, es una crítica a la moral de nuestras sociedades. Y esta cualidad del Club de no hacer moral escandaliza: pues no se preocupa en mostrar en forma indiscriminada, violentando normas, complicaciones barrocas, clichés románticos, poses de vanguardia, oscilaciones vehementes entre teoría marxista de Lukács y desalienaciones bizarras tipo Brecht, e incluso pensamientos existencialistas, a la manera de Sartre. Por supuesto, no somos tontos ni ingenuos, ni artitas que no leen: nuestros usos literarios están cubiertos por una fina pasta del buen teatro del absurdo, pero, ante todo, se nutren en la rica tradición irónica y paródica iniciada por el Quijote de Cervantes.

Todo arte que emprende la ardua tarea de criticar y criticarse, de moverse por varios niveles de perspectiva, obviamente puede ser visto como una acción. Aunque algunas personas entenderán por esta palabra, “acción”, cosas que impliquen movimiento, o sea, que se opongan a la pasividad: levantamientos armados, guerrillas, revoluciones populares, guerras mundiales, invasiones a otros países, duelo de monstruos, etcétera.

Y la tarea de criticar, no sólo la moral o sistemas éticos decadentes (como el católico, que se aleja mucho de ser un sistema religioso), sino el arte en sí, la literatura que nadie lee y que, osadamente, reclama ser leída (me refiero a la insípida, monstruosa cantidad de textos que un grupo de pseudointelectuales y pseudoescritores ha bautizado con el pomposo nombre de “literatura sonorense”, cuando en realidad no ha sido incapaz de influir a mi generación en lo más mínimo —por su evidente baja calidad literaria, por su obvia falta de ejercicio autocríticos, por su manifiesta carencia de teóricos literarios). Esta crítica, para muchos, sólo puede ser entendida como “destrucción”.

El Club Chufa es para todos, pues es el sistema, como dije. Y por ello utiliza esta palabra con connotaciones negativas (¿según quién? ¿El Papa?). Muchos arman un verdadero juicio pos-apocalíptico por ello. En el periódico Cambio, por ejemplo, se resaltan aspectos de las ideas del Club Chufa que fuera de contexto se hacen pasar como valores negativos, lo cual nos tiene sin cuidado. Una de ellas es que “una forma de engrandecer el arte propio es destruir el arte de los demás”, lo cual sólo quiere decir que hay que criticar, alejarse, destrozar los modelos convencionales que nos han precedido en el tiempo. No hay, pues, por qué asustarse.

“En el arte no hay rupturas, el lenguaje no es suficiente, y la maldad es el motor del arte y de la historia...” Es verdad. Vivimos en un mundo hostil, ni armónico, ni coherente. Ni siquiera bondadoso. Menos justo. No veo por qué, entonces, si el Chufa es el sistema mismo, esa inmensa matriz que subyace a nuestro lenguaje y a nuestra conciencia, que manipula, ordena, oprime, subyuga, programa, somete y comunica, si el Club Chufa es esto, no veo por qué motivo no pueda tener como motor al mal; o en otras palabras, a esa fuerza irracional que mueve violenta y ciegamente (como el Zeus loco de Hesíodo) los procesos históricos a través de múltiples “horizontes de expectativas” (el término es de Jauss). En el arte no hay rupturas: los románticos llevaron al extremo esta filosofía que combina indistintamente el arte y el mal. Baudelaire, Verlaine y, acaso, el más mortífero de todos ellos, Rimbaud y su imperativo casi categórico de que “hay que desorganizar los sentidos”, es parte integral de nuestra pose ya trillada.

Además, los alcances del lenguaje, pobre, diminuto, incapaz de expresar nuestro pensamiento (pues nuestro pensamiento es lenguaje) de forma transparente, encierra una carencia que Lacan ya ha señalado incansablemente: el signo, dividido entre el significante (la palabra) y el significado (el objeto al que se refiere determinada palabra), es la expresión de una división inherente y profunda de nuestra conciencia: estamos separados de los objetos y condenados, dramáticamente, a representarlos en el vacío que se abre entre la palabra y el objeto ausente, hasta el fin de los tiempos. Y ésta es una visión, una concepción violenta del ser humano.


EL MEDIO ES EL MENSAJE

Ahora, hay que aclarar que nuestro Club Chufa siente una fascinación por la forma en que se expande la información, la manera en que se transmite, la velocidad a la cual viaja, y, ante todo, el medio. Nos encanta la frase de Marshall McLuhan: “El medio es el mensaje”. Muchos ingenuos, incapaces de captar la riqueza, las posibilidades estéticas de esta idea, se verán sorprendidos al ver que sus medios masivos de comunicación son los signos textuales esenciales para nuestra expansión. La televisión, la radio, el cine, Internet, los periódicos, etcétera, son parte del cuerpo, del coloso. Bajo esta inquietante forma de ver las cosas, el Chufa puede aspirar a la omnisciencia. Estamos en todas partes. Prenda el televisor y verá que nuestras ideas no son nuevas. Son débiles representaciones, frágiles simulacros, de una realidad que nos sitia, nos constriñe, nos ordena, nos limita, nos deshace, nos aniquila.

Sería útil, si una definición buscan, de identificar el concepto de poder forjado por Michel Foucault con nuestros ideales literarios, sólo para que se puedan dar una idea sobre de qué trata el juego estético del Club Chufa: “El poder [nuestro Club] no es una institución, y no es una estructura, no es cierta potencia de la que algunos estarían dotados: es el nombre que se presta a una situación estratégica compleja en una sociedad dada”. Pero, más claramente: “El poder no se posee, se ejerce en todo el espesor y sobre toda la superficie del campo social, según un sistema de relés, de conexiones, de transmisiones, de distribuciones, etc. ...” Utilizamos el medio para convertirlo en el mensaje. Así proliferamos.


CONTRA PETERSON

La realidad no admite afueras ni adentros. No hay nada, una ventana, una puerta, que nos sitúe al otro lado de lo que llamamos realidad. Sí hay, en otro sentido (abstracto), un “afuera”. Los grupos marginados (como los indígenas, la comunidad gay, los grupos raciales discriminados, etc.) están situados “afuera” de la norma, no de la realidad. Esta norma... ¿quién la dicta? Para muchos el Papa; para otros la Biblia; para otros muchos las enseñanzas de Buda; para otro tanto Mahoma; para pequeños sectores, Mtv; para otro tipo de personas, Marx y el Che; incluso, para muchos tantos, las películas de Matrix y el animé japonés. Esta diversidad intersubjetiva problematiza las relaciones humanas. En lugar de enriquecerlas, las deshumaniza. Para cada adepto de estas autoridades morales, el que se encuentra en el extremo, “afuera” de su línea de pensamiento, de su norma, está afuera de su realidad, lo cual es un absurdo y conlleva, lamentablemente, una buena dosis de intolerancia hacia las ideas de los demás.

La literatura, como la medicina y la física, forma parte de la realidad, pero a veces se aparta de la norma o de lo socialmente aceptado. Nuestra sociedad mexicana es heredera de una tradición católica, que, en realidad, poco o nada tiene que ver con la religión, pues lo que toca lo pasa por sus cuchillas morales, por su implacable sistema binario de bien y mal. Es sabido que la literatura de nuestro país, y aún la de América Latina, no es leída, pero sí es condenada por todos cuando sacude, detrás de la máscara de la mimesis, viejas estructuras opresivas, reduccionistas.

Para el señor David Petterson Beltrán, ex director de Salud Mental del Estado, el Club Chufa está “fuera” de la realidad y no es un grupo positivo, como si la misión del arte fuera el optimismo irresponsable, el conformismo, y la ceguera acrítica para aceptar una sociedad corrupta y pútrida, en proceso de descomposición moral, tal como pasa en el cuento simbólico de La verdad en el caso del señor Valdemar, de Edgar Allan Poe. El señor Petterson también señala que la Universidad de Sonora “debe promover más grupos con interés cultural y social que ayuden a convivir en armonía”, lo cual es muy ingenuo. La cultura no nos hace mejores, tal y como pensaba Norbert Elías. La cultura, el arte, es incapaz de “armonizar”, de crear las bases de una “convivencia armónica”. Ésta es responsabilidad de todos. El señor Petterson reproduce una repugnante visión positivista al colocarle etiquetas mesiánicas al arte, cuando en realidad el problema del suicidio, del crimen, de la intolerancia, de la guerra, es de todos nosotros, en conjunto (y es muy fácil ver a la juventud como un problema social; tal visión prevalece en las generaciones más viejas). Desde siempre ha existido el arte. Y desde siempre la guerra. Es, pues, una idea descabellada y digna de una escena del teatro del absurdo.

Nuestro Club no es para nada una secta, ni una guerrilla, ni un grupo subversivo que reclute personas. Es una abstracción que actúa, que posee finas conexiones, que tiende mecanismos de sujeción, desde los cables colgados en los postes de todo el mundo hasta las corrientes eléctricas que tienen lugar en las neuronas. No es nuestra responsabilidad actos de terceros. Nuestras ideas circulan a la par de las imágenes de guerra en Irak, Big Brother, Friends, Yu-gi-oh!, y las vidas insulsas y aberrantes de las popstars y de los políticos videograbados en sendos actos de corrupción. Esto, señores y señoras, nos debería alarmar. Esto no está afuera de la realidad, como piensan algunos, sino que está en el mismo centro de nuestro corazón, en el mismo lenguaje, oscuro y silencioso, que segrega nuestra conciencia. La moral falsa, hipócrita, de los medios masivos, de las instituciones, que se escandalizan por un Club, por ideas trilladas, por críticas estéticas, por críticas frontales a lo que somos, se pone en evidencia al aceptar, implícitamente, que la literatura, la ficción, los signos, el lenguaje, tienen el poder de mostrar los gusanos que nos están devorando calladamente. Hay cosas de verdad alarmantes: el hambre en África, la guerra en Medio Oriente, el VIH, el inquietante incremento de las enfermedades mentales. Pero tal parece que esto está del otro lado. Donde adentro es afuera, y afuera adentro.


BIBLIOGRAFÍA BÁSICA PARA PRINCIPIANTES

Sería sumamente inútil abundar en nuestras propuestas literarias si no se lee. Por eso, incluyo unas referencias que le ayudarán a entender nuestro mundo, nuestra postura de no originalidad, de mentira y farsa.

Los cuentos de Poe. Unos pocos poemas de William Blake y Georg Trakl El Tristram Shandy de Sterne. Quevedo y Góngora. El teatro entero de Alfred Jarry. Rinoceronte de Ionesco. Todo lo que escribió Franz Kafka. Broch, Musil. Don Dellilo. Paul Auster. Las correcciones, de Jonathan Franzen. La Gramática, de Stalin. El Club Dumas, de Pérez-Reverte. Italo Calvino. Al poeta Paul Celan. Un poco de filosofía: E. M. Cioran, Foucault, Derridá, Barthes. Francis Fukuyama. Los Escritos de Lacan. Oswald Spengler y Max Weber. Wittgenstein. Un poquitín de Henri Bergson y Althusser. En estética a Bajtín, Brech, Walter Benjamín, Max Horkheimer, Adorno, Yuri Lotman y a todos los formalistas rusos. Teoría de la recepción: Wolfgang Iser, Roman Ingarden, Hans Robert Jauss, Umberto Eco. Linda Hutcheon y Patricia Waugh (aunque no hay traducciones disponibles). Teoría posmoderna: Frederic Jameson, Lyotard, Brian MacHale. Un poco de ciencia: Douglas Hofstadter, Erwin Scrhödinger, Prigonine, Sheldrake, David Bhom, Thomas Khun. A Karl Popper no. Pero si busca un atajo: el Quijote, de Cervantes. Y casi lo olvido: Mtv, animación japonesa, y las películas de Robert De Niro.

Por otra parte, es lamentable que el señor Petterson no haya leído nada nuestro. Pero, al opinar, obviamente sabe de lo que habla, y por lo tanto, nos ha leído. Quiero creer que un ex director de una institución tan importante se tome su tiempo para investigar de lo que habla. Espero que el señor Petterson nos haya leído. Aunque hay una ligera sospecha en mi mente. Una duda que crece. Salen patas. Mañana me transformaré, de nuevo, en él. Y regresaré a la máscara. Aunque no recuerdo si la he quitado a tiempo. No sé si estoy detrás, delante. Pero estoy despierto. Consciente. Lúcido. Como Gregorio Samsa.

(22 de abril, 2004; firmado por Dino T., Fugo Medina y Carlos Pacheco)